Y como no tengo ganas de hablar de cosas serias, tales como el cambio climático, las diversas guerras a comentar, el así llamado proceso de paz, el ácido bórico, ni tan siquiera el cumpleaños de la infanta Leonor (a mí me vais a perdonar, pero puestos a líneas sucesorias, me declaro Froilanista), pues, para ir retomando el hábito, transcribiré unas notas de mi cuadernito físico:
El otro día, que estaba fuera de Madrid por motivos más o menos laborales, me encontré libre a media tarde y me dije: “Hombre, mira tú, pues me voy a hacer un cine.”Y, dicho y hecho, me encaminé hacia unos multicines sitos en el centro comercial K***, que me había recomendado uno de mis contactos allí. Estas son mis impresiones tal como las viví en el momento:
Me hallo en el exterior del centro comercial K*** (antaño, aquí estaba D***) He comprobado que dentro no hay ningún sitio para sentarse sin tener que pagar; ni un puto banco: nada. Y, como no estoy dispuesto a volver a pasar por la humillante experiencia de sentarme en el inevitable Starbuck’s Coffee, pues he salido a la calle.
En la calle observo que Ellos lo tienen todo muy bien pensado, porque tampoco en la calle hay donde sentarse sin pagar, salvo un par de bancos de diseño afuncional (metálicos y sin respaldo) en la puerta, que están permanentemente ocupados por una horda de protopostadolescentes erizadas de tetas pimpantes que exhiben con mal disimulado –y plenamente justificado- orgullo, fumando compulsivamente; ya que dentro, por supuesto, está prohibidísimo, incluso en los bares. Luego los estrategas del PSOE se preguntarán atónitos cómo siguen sin poder cautivar al voto joven y nadie tendrá el valor de decir: mira, ZP, colega: echa a Elena Salgado y luego ya veremos qué se puede hacer.
Fuera de eso, nada: ni un mal poyete. Incluso cualquier sitio en cincuenta metros alrededor de la puerta eventualmente adecuado para aposentar las nalgas parece minuciosamente diseñado para resultar incomodísimo y empujarte hacia algún café de alguna franquicia especialmente hortera lleno de aspirantes a Ellos que escriben cartas al dominical de El País quejándose de los fumadores o alabando el último atinado artículo de Rosa Montero (una vez más, ha puesto el dedo en la llaga, etc.), o bien leen a Lucía Etxebarría (o a Paulo Coelho) Todo ello con el ceño fruncido característico de quien tiene la razón de su parte.
Pero como uno es un arriscado montaraz y no se rinde fácilmente a la adversidad, he localizado cincuenta centímetros adecuados en altura y profundidad para meter mis aposentaderas, ya que son más bien escuetas, y escribir un poco para pasar el rato mientras empieza la película, ya que me he dejado el periódico en el sitio donde hemos comido.
Sí sí... Ellos me estaban vigilando por las videocámaras y hete aquí que empieza a llover, lo que, aún ahora, me daría igual porque es una mansa llovizna muy adecuada a la estación; pero como resulta que soy un maniático de los Pilot, se me corre la tinta con las gotitas. ¡Cagüen...!
Lo reconozco: si no fuera porque ya he comprado la entrada, me piraba. Bueno. Levanto el campo, que luego esto va a ser ilegible.
(segundos más tarde, de nuevo junto a la puerta)
¡Coño!, qué divertido. Resulta que el sistema de los walkis de aquí debe funcionar en malla única y me estoy enterando de las subversivas andanzas de un grupo peligrosísimo conocido al parecer por los seguratas como “las guerrilleras” y que por lo visto tienen rigurosamente prohibida la entrada al centro comercial K***.
¿Cómo me estoy enterando de esto? Pues a través del walki de la señora de la limpieza, que también está echando un cigarrito cerca de mí. Me mira. La miro. Me hace un gesto de “ya ves, lo que tiene que hacer una para comer...”, al que yo respondo con un gesto solidario que quiere decir: “Así es la vida: dura y cruel, compañera”. Breve pausa y otra comunicación no verbal suya que parece significar: “por lo menos tengo un walki”, cosa que nos hace mucha gracia a los dos, así que ella sube a tope el volumen del walki: tan a tope, que no sólo yo me entero, ya que algunos transeuntes, incluidas varias jovencitas pimpantes de las de antes, la miran y parecen escuchar.
Claro, que igual piensan que está oyendo por la radio un trailer de Rambo IV, más o menos como sigue:
-- “Delta Uno, Delta Uno, aquí Papa Charlie (esto seguro que quiere decir PC= Post of Commandment, como en el Ejército americano, me juego el cuello) jjjj (estática) ¿Me copias, cambio?"
Lo juro: ha dicho “cambio”
-- “jjjjjj Delta Uno, Delta Uno para Papa Charlie. Te copio, cambio” (Ya no hay duda: dicen cambio, y repiten las cosas: como en la mili)
--- “Atento Delta Uno, van hacia tu zona de zona verde, repito: van hacia tu zona. Están empleando tácticas de guerrilla para evadir seguridad, cambio.”
Reconozco que tal vez exagero un poco. Pero muy poco. Digo esto para empeñar mi honor en mantener que Papa Charlie dijo, exactamente “Están empleando tácticas de guerrilla para evadir seguridad, cambio.”
-- “Recibido Papa Charlie jjjjj jjjj aquí Delta Uno, procedo a despliegue, cambio.”
En este punto, la señora de la limpieza, que tenía experiencia y ya debía conocerse cuál era la zona de Delta Uno, dirige claramente su mirada hacia la puerta. Yo, obviamente, la imito; bueno, y no sólo yo: todos los que estábamos embelesados con la conversación táctica entre Papa Charlie y Delta Uno.
Y, en efecto: de repente, un grupo de cinco chicas con aspecto que luego me he enterado gracias a las críticas de “Yo soy la Juani” que se llama “look poligonero” (cosa que yo ignoraba) sale corriendo por la puerta principal diciendo “tira, tira”, pero descoyuntadas de la risa. Dado que son jóvenes y aún tienen pulmones, siguen corriendo sin aflojar hasta perderse de vista entre los coches del aparcamiento.
Lo mejor es cuando puedo ver, por fin, la cara honrada de Delta Uno y sus muchachos (dos), que salen, corriendo con sus vistosos uniformes, sujetándose la porra con la mano y... a los pocos metros se paran jadeantes mientras el que –sin duda- es Delta Uno (eso lo sé por su porte de líder nato) chamulla:
-- “¡Cagüen... dios! Casi las pillamos.”
Ahora que lo veo así, en frío, estoy plenamente convencido de que todo este número fue una maniobra de distracción de Ellos para que se me borraran de la mente mis ideas impropias sobre por qué no hay ningún sitio donde sentarse en los puñeteros centros comerciales.