4/6/10

Banderas victoriosas 7.

 

 

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7.

El páter le había dicho que le iba a contar una cosa. Sacó un sobre del legajo, un sobre de buen papel, que tenía un membrete con un escudo muy raro, una especie de sombrero con borlas, y del sobre sacó un papel.

-- Esta carta es del sacerdote que confesó al padre Manuel y le dio la Extremaunción antes de que se muriese. Habla de ti.

Méndez se quedó pasmado. La idea de tener algún lugar en la correspondencia de los curas le resultaba totalmente irreal. Parecía que el páter estaba dispuesto a leerle la carta, pero se lo pensó mejor y se la alargó por encima de la mesa. La cogió. Leyó:

Querido hermano en Cristo: –decía la carta- El día siete próximo pasado, administré los Santos Óleos y oí en confesión a nuestro hermano Manuel, párroco que fue de la Iglesia del Buen Suceso de Madrid antes de la Cruzada. Nuestro hermano tenía un caso de conciencia que quiso compartir conmigo y que, en lo esencial, era el siguiente:

En el mes de agosto del treinta y seis, cuando la barbarie marxista campaba por sus respetos en Madrid y tantos hermanos nuestros en el Señor alcanzaron la palma del martirio por causa de la Fe a manos de los rojos, el padre Manuel, que se había ocultado en casa de una feligresa, la portera lo denunció y fue detenido por una banda de facinerosos comunistas y llevado a la cheka de Moratines. Según me contó, después de padecer toda suerte de vejaciones a manos de los rojos, lo sacaron de madrugada junto con otros desventurados. Él sabía perfectamente lo que eso significaba, es decir, que los iban a conducir a las afueras para fusilarlos. Me dijo que tuvo miedo, lo que es humano, pues no todos estamos llamados a aceptar pacíficamente el martirio, no ya a la muerte en sí, que significaba la unión con Nuestro Señor, sino porque había oído contar verdaderas atrocidades perpetradas sobre los sacerdotes por las milicianas antes de la ejecución. Al parecer, cuando salía con los otros desgraciados, paró junto a la puerta un automóvil pintado con consignas marxistas y las siglas de la UGT, un Studebaker, me concretó el padre Manuel, y del mismo descendieron unos milicianos. Nuestro hermano reconoció a uno de ellos, precisamente el que parecía ser el cabecilla, y lo llamó por su nombre.

Según me contó el padre Manuel, a ese miliciano lo conocía del barrio en que ejercía su Sagrado Ministerio y que, incluso había tratado de hacerlo volver a la Fe en alguna conversación. Aquí nuestro hermano me confesó que le conocía de una taberna del barrio en la que en ocasiones coincidían antes del Alzamiento, pues era regentada por la madre de la muchacha que realizaba las labores de limpieza en la casa rectoral. También me confesó nuestro hermano que, en aquellos tiempos, él tenía una predisposición tal vez excesiva al vino que se expendía en dicho establecimiento y que por ello, y porque no le cobraban, lo frecuentaba; igual que, al parecer, hacía el miliciano, y que fue precisamente en alguna de aquellas ocasiones cuando había hablado con él llegando a abordar el tema de la Religión.

Pues bien, el tal miliciano al verse así interpelado, se dirigió al jefe de los chekistas que conducían la cuerda de presos al martirio y le dijo que a ése se lo llevaba él, que era de su pueblo y que era cosa suya; dando a entender que había algo personal entre ellos, a lo que los chekistas accedieron entre chanzas de grueso calibre. Todo esto según me contó el padre Manuel. Según parece, los esbirros de la UGT metieron a nuestro hermano en su auto y lo llevaron hasta un lugar cerca de las Cortes. El miliciano le dijo al padre que se bajara y que llamara a la puerta de una casa, que luego resultó ser de la Embajada de Chile, que dijera quién era y que le tratarían como correspondía a su Sagrado Ministerio. Gracias a eso, salvó la vida.

El padre Manuel me dijoque le había preguntado al rojo su nombre para tenerlo presente en sus oraciones, a lo que el rojo había respondido que sí, que buena falta le iban a hacer, dadas las tristes circunstancias de bélica conflagración, aunque también le dijo, por lo visto, que seguía sin creer en Dios. El caso es que se lo dijo su nombre. El padre Manuel se acogió a la embajada y, mal que bien, sobrevivió hasta que las tropas Nacionales liberaron Madrid. En ese tiempo, confortó espiritualmente a los refugiados en el recinto diplomático y yo creo que, auxiliando con su Ministerio a tantas almas en peligro, se redimió de no haber aceptado el martirio cuando su hora parecía ser llegada.

El miliciano se llamaba Martín Méndez Tirado, alias El Ingeniero, nacido en San Martín de Valdeiglesias, provincia de Madrid; era de la UGT, del sindicato de la construcción, y vivía en la calle Desengaño. Lo último que supo el padre Manuel, que no dejó de interesarse por su salvador, era que se había alistado con los comunistas del Quinto Regimiento. Nuestro hermano me recomendó muy mucho a este hombre, rogándome por la salvación de su alma que, si estaba en manos de la Santa Madre Iglesia, que salváramos su vida, ya que se sentía en deuda con él.”

Al llegar aquí, el páter se estiró sobre la mesa y le quitó la carta a Méndez.

-- Ya ves, hijo mío. Tienes valedores en las filas de la Santa Madre Iglesia.

Méndez se había quedado de piedra. El cura ese borrachín de su barrio, el que quería tirarse a la Mati, la del tasco; que siempre le decía que así no iba a ninguna parte, que se confesara con él, que iba a ir al infierno, y todo eso… ¡Joder!, ¿cómo iba a dejar que se lo cargaran? Y ahora… Mira tú, ¡andá la hostia…!

2 comentarios:

  1. ¿Conciliación de la vida laboral y familiar?
    Supongo que por lo de la Mati o la feligresa que lo acogió

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  2. Anda, si son del pueblo de Julián Muñoz.

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