La abuela que lo había previsto todo, aclamada por la multitud el 19-J
Quede claro que, lo que viene a continuación es una exposición muy simplificada y, por consiguiente, será calificada de demagógica, pero, como saben mis lectores, para llamarme demagogo, ya estoy yo mismo, así que me da igual.
Hay cierta polémica estos días porque en la Unión Europea algunos han dicho que el capital privado (a lo bruto: la banca) debe participar en los rescates a los países que tienen dificultades para pagar su deuda.
Como es natural, los tertulianos y demás expertos en Economía Política que explican la realidad a los votantes, alzan voces airadas advirtiendo que eso de pedir a los bancos que hagan algo puede inquietar a los mercados (que, como ya sabemos, son los mismos bancos) y agravar aún más las cosas.
Pues a mí me parece razonable, oiga. No porque los bancos hayan organizado la crisis; porque los bancos no habrían podido organizarla si no hubieran contado con la ayuda entusiasta de una clase política corrupta que, no sólo les dejó hacerlo, sino que les facilitó el trabajo, y con la ayuda –igual de entusiasta- de todos esos millones de ciudadanos y ciudadanas del mundo rico que decidieron hipotecarse de por vida a cualquier precio sólo por no ser menos que el vecino. Así que no voy a hacer moralina fácil. A mí, mi abuela me decía que no hiciera caso si algún señor con gabardina me ofrecía caramelos a la salida del colegio, así que, el que no haya hecho caso a su abuela y le hayan dado por culo, que no venga ahora con que no estaba avisado.
Entonces, ¿por qué me parece razonable que los bancos pongan pasta para echar una mano a los países que necesitan ser rescatados?
Pues por lo siguiente:
¿Por qué esos países necesitan que los rescaten? Porque sus gobiernos se dejaron el presupuesto en rescatar a sus bancos que estaban en quiebra.
¿Por qué rescataron a los bancos? Pues, aparte de porque, si los dejaban quebrar, luego no iban a tener consejos de administración en los que sentarse al dejar el cargo, debieron de pensar que sus electores se iban a poner muy nerviosos si veían sus ahorros en peligro de esfumarse y, como es sabido que la culpa de todo la tiene el gobierno, no los votarían en las siguientes elecciones. Algo absurdo, ya lo sé, pero los políticos están tan alejados de la realidad que, por lo visto, creían que sus electores aún estaban en condiciones de tener ahorros.
Y, ¿por qué estaban en quiebra esos bancos? Por haber apretado a sus clientes hasta dejarlos sin un duro a base de subir los precios de la vivienda y, aunque no tuvieran un duro, seguir prestándoles un dinero que sabían que no iban a poder devolver. Además, como no tenían bastante dinero para prestar, en vez de parar recurrían a su vez a pedirlo prestado a otros bancos. Claro, que ellos pedían prestado a, digamos, tres años un dinero que iban a tardar treinta en recuperar. O sea, lo mismo que hace esa gente que coge prestado dinero de su empresa para jugar al póker o meterse polvitos por la nariz pensando que van a poder devolverlo antes de que nadie se dé cuenta. Cuando el primer banco fue descubierto y todos se echaron mano a la cartera, lo demás vino rodado.
Pero, ¿cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que pasaba? Pues porque todos los bancos del mundo pagan buena pasta a tres empresas que se dedican a ponerles nota y, mientras esas tres empresas digan que un banco (o un país) es absolutamente fiable, no hay ningún problema. Ya podían estar viendo todas las abuelas del mundo que la situación iba a pegar el pedo, porque ellas sí sabían que la avaricia rompe el saco, que mientras esas tres empresas dijeran que no había problema, cualquiera que manifestara sus temores de que esa vorágine iba a derrumbarse, era mirado con desprecio y tildado de alarmista y apocalíptico. Si esas tres empresas te dicen que las vacas vuelan, tú tienes la obligación de creértelo, porque si no te llaman gilipollas y, como seas economista, te quedas sin trabajo. Como resulta que esas tres empresas seguían dando matrícula de honor a los bancos americanos que ya llevaban tiempo en quiebra hasta el día antes de que tuvieran que echar el cierre, pues en éstas nos vemos ahora.
Así que los estados se habían dejado un buen pico del presupuesto en rescatar bancos, pero, ¿de dónde sale el presupuesto? De los impuestos que pagan los ciudadanos y las empresas. Y, ¿qué necesitan los ciudadanos y las empresas para pagar impuestos? Ganar dinero. Pero, como en el mundo rico los que están arriba, es decir, el estado y las grandes empresas pagan a los de abajo lo más tarde que pueden para poder jugar con su dinero más tiempo, todo funciona a crédito. Al dejar los bancos de prestar dinero, empezaron a quebrar empresas y a ir sus trabajadores al paro y, el que no iba al paro, estaba asustadito. Las empresas que desaparecen y los contribuyentes en paro o acojonados, pagan muchos menos impuestos y el estado se encuentra con que ingresa menos de lo que tenía previsto cuando se gastó alegremente el dinero rescatando bancos.
Y, ¿de dónde sacan los estados el dinero cuando no les llega con lo que nos cobran de impuestos? Pues lo pide prestado, como los bancos, como todo el mundo. Para pedir prestado, los estados sacan emisiones de deuda pública en diversos formatos y plazos de vencimiento que los inversores –los famosos “mercados”- suscriben en subastas a un tipo de interés que les conviene. ¿Quiénes son los inversores? En general, los bancos, diversas empresas financieras la mayoría de las cuales dependen de los bancos, los fondos de pensiones, de inversión, etc. (de los bancos o gestionados por los bancos) y algunos fondos soberanos, que son países a los que les sobra pasta para invertir, normalmente porque tienen petróleo.
Cuando un país es considerado muy fiable, como Alemania, los intereses que paga por su deuda son muy bajos. Cuando es menos fiable (como España), paga más intereses; cuando es muy poco fiable, como Grecia, paga unos intereses tan altos que sabe de antemano que no va a poder asumirlos. Por cierto, que el grado de fiabilidad empeora cuántos más intereses tenga que pagar, lo que aumenta el riesgo de impago provocado por los mismos especuladores que se basan en ese riesgo para hacer subir los intereses. El uroboros o pescadilla que se muerde la cola y, como cualquier abuela vería, la avaricia que rompe el saco.
¿Quién decide el grado de fiabilidad y, por consiguiente, los intereses que tendrá que pagar por su deuda? Exacto: las tres empresas de marras que el día antes de que los bancos americanos en quiebra echaran el cierre les seguían dando la máxima puntuación. Y pueden decidirlo porque sus directivos siguen poniendo notas en vez de estar en la cárcel.
Y, lo más importante: ¿Por qué los mercados invierten miles de millones en comprar deuda a unos países que saben que no van a poder pagar?
Pues porque cuentan con que van a ser rescatados por la Unión Europea. Es decir, que la Unión Europea va a poner la pasta que esos países no tengan.
Conclusión: A lo mejor resulta que, si los mismos que están especulando contra la deuda de un país para obligarle a pagar más intereses, se van a ver obligados a pagar a ese país para que pueda pagarles a ellos mismos, empiezan a pensar que su especulación no es tan rentable y se dedican a especular con otras cosas más normales, como, por ejemplo, el precio de los alimentos de primera necesidad.
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P.D.- Por supuesto, ganar más pasta con los intereses de la deuda no es la única finalidad de todo esto. Los mercados aprietan a los estados para ponerlos de rodillas y que apliquen las recetas de los mercados que tan buenos resultados dieron en América latina o África desde los 80. Todo ello a cambio de que los mercados permitan a la clase política de esos estados seguir repartiéndose las migajas. Así, los estados se limitarán a su función primordial, que es tener una hacienda que robe a los pobres para dárselo a los ricos, y unas fuerzas del orden que mantengan tranquilo al populacho. Y así, los estados venderán hasta lo que no es suyo y, como en África, hasta el agua potable que necesitamos para vivir será propiedad de una empresa privada.